10/12/2011

"La mujer ante el espejo: un reflejo" Virginia Wolf

Toulouse Lautrec

La gente no debería dejar espejos colgados en las habitaciones, como tampoco debería dejar abiertos talonarios de cheques o cartas en las que se confiese algún horrible delito. Era imposible no mirar, aquella tarde de verano, el gran espejo que había fuera, en el vestíbulo. El azar así lo había dispuesto. Desde las profundidades del sofá, en la sala de estar, se veía reflejado en el espejo italiano no sólo la mesa de mármol que había enfrente, sino también un trozo de jardín. Se veía un largo sendero de hierba que discurría entre macizos de altas flores hasta que el marco dorado del espejo lo cortaba en una esquina.
La casa estaba vacía y te sentías, puesto que eras la única persona que había en la sala de estar, como uno de esos naturalistas que, cubiertos de hierba y hojas, permanece agazapado para observar a los animales más tímidos —como el tejón, la nutria o el martín pescador— que merodean libremente por los alrededores sin ser vistos. Esa tarde la habitación estaba llena de criaturas así de tímidas, de luces y sombras, cortinas ondeando, pétalos cayendo..., cosas que nunca ocurren, al parecer, cuando alguien mira. La vieja y silenciosa estancia campestre, con sus alfombras, su chimenea de piedra, sus librerías empotradas y sus escritorios lacados en rojo y oro, estaba llena de criaturas nocturnas como éstas.
Llegaban haciendo piruetas, caminando delicadamente de puntillas con las colas en abanico y picoteando con sus picos insinuantes, como grullas o bandadas de elegantes flamencos que hubiesen perdido su color rosado, o como pavos reales con las colas veteadas de plata. Y había también sombríos resplandores y oscurecimientos, como si una sepia tiñese súbitamente el aire de púrpura; y la sala tenía sus pasiones y furias y envidias y penas, que la acechaban y la cubrían como un ser humano. Nada permanecía igual durante más de dos segundos.
Pero, fuera, el espejo reflejaba la mesa del vestíbulo, los girasoles y el jardín con tanta nitidez y tan fijamente que parecían atrapados de manera irremediable en su propia realidad. Era un contraste extraño: todo fugacidad aquí, todo quietud allá. Resultaba imposible evitar que la mirada saltase de una cosa a otra. Además, como todas las puertas y ventanas estaban abiertas al calor, había un constante suspiro interrumpido, la voz de lo transitorio y lo perecedero, que iba y venía como el aliento humano, mientras en el espejo las cosas habían dejado de respirar y permanecían inmóviles en el éxtasis de la inmortalidad.
Hacía media hora que la señora de la casa, Isabella Tyson, había recorrido el sendero con un ligero vestido de verano, su cesta, y había desaparecido, cortada por el marco dorado del espejo. Era de suponer que había ido a por flores a la parte baja del jardín; o, como parecía más natural, a cortar una planta ligera y fantástica y frondosa y trepadora, una clemátide, o uno de esos elegantes manojos de corregüela que se retuercen sobre feos muros y estallan aquí y allá en brotes blancos o violetas. Isabella se parecía más a la fantástica y trémula corregüela que al erecto áster, la almidonada zinnia, o a sus propias rosas ardientes y encendidas como farolas en los rígidos postes de los rosales. La comparación revelaba cuán poco, después de tantos años, sabíamos de ella. Porque es imposible que una mujer de carne y hueso, a sus cincuenta y cinco o sesenta años, sea realmente una corona de flores o un zarzillo. Tales comparaciones son completamente ociosas o superficiales... son incluso crueles, pues se interponen temblorosamente como la corregüela entre la propia mirada y la verdad. Ha de existir la verdad; ha de haber un muro. Y, sin embargo, era extraño que conociéndola después de tantos años fuese imposible decir cuál era la verdad sobre Isabella; que aún se hiciesen frases como ésta sobre corregüelas y clemátides. En cuanto a los hechos, era un hecho que Isabella era una solterona; que era rica; que había comprado una casa y reunido con esfuerzo —llegando a veces hasta los rincones más oscuros del mundo y con gran riesgo de picaduras venenosas y enfermedades orientales— las sillas, los escritorios y las alfombras que ahora vivían su existencia nocturna ante nuestros ojos. En ocasiones parecía como si supiesen más sobre ella de lo que a nosotros, que nos sentábamos en ellas, escribíamos en ellos y las pisábamos con tanto cuidado, nos estaba permitido saber. En cada uno de esos escritorios había montones de cajones pequeños, y cada uno de estos cajones contenía casi con seguridad cartas, cartas atadas con lazos, perfumadas con varitas de lavanda o pétalos de rosa. Pero también era un hecho —si es que son los hechos lo que importa— que Isabella había conocido a mucha gente, había tenido muchas amistades; y por eso, quien tuviera la audacia de abrir el cajón y leer sus cartas, encontraría indicios de muchas discusiones, citas, recriminaciones por haber faltado a las citas, largas e íntimas cartas de amor, violentas cartas de celos y reproches, terribles palabras de despedida —pues todos aquellos encuentros y citas habían quedado en nada— es decir, Isabella nunca se casó, y sin embargo, a juzgar por la indiferencia de su rostro, que era como una máscara, había vivido veinte veces más pasión y experiencia que esos que pregonan sus amores a los cuatro vientos. Bajo la tensión de pensar en Isabella la habitación se volvió más sombría y simbólica; los rincones parecían más oscuros, las patas y las sillas de las mesas más alargadas y jeroglíficas.
Estas reflexiones concluyeron violentamente, y sin el menor ruido. Una figura grande y negra apareció en el espejo; lo borró todo, dejó sobre la mesa un montón de losetas de mármol con vetas rosas y grises, y desapareció. Pero la escena quedó alterada por completo. Por el momento resultaba irreconocible e irracional y enteramente borrosa. Era imposible relacionar las losetas con algún propósito humano. Y luego, poco a poco, se vieron afectadas por cierto proceso lógico que comenzó a poner en ellas orden y sentido y a situarlas en el marco de lo habitual. Finalmente resultaron ser simples cartas. El hombre había traído el correo.
Allí estaban, sobre la mesa de mármol rezumando luz y color al principio, y en estado bruto, sin absorber. Y luego fue extraño ver cómo se desplazaban y colocaban y ordenaban e integraban en la escena y recibían la quietud y la inmortalidad que el espejo confería. Permanecían allí dotadas de una nueva realidad y una nueva importancia y también de una mayor solidez, como si hiciese falta un cincel para separarlas de la mesa. Y, ya fuese o no una fantasía, parecían haberse convertido en algo más que un puñado de cartas, en tablillas con la verdad eterna grabada en ellas... quien pudiese leerlas descubriría todo cuanto había que saber acerca de Isabella, sí, y también acerca de la vida. Las páginas anteriores de estos sobres de aspecto marmóreo debían de poseer un significado tallado con profundidad y grabado con claridad. Isabella entraría y las cogería, una por una, muy despacio, y las abriría, y las leería detenidamente, palabra por palabra, y luego, con un profundo suspiro de comprensión, como si hubiese llegado hasta el fondo de todas las cosas, rompería los sobres en trocitos pequeños y ataría las cartas y cerraría el cajón del escritorio decidida a ocultar lo que no deseaba que nadie supiera.
Este pensamiento resultó ser como un desafío. Isabella no quería que se supiera... pero no podría seguir evitándolo por más tiempo. Era absoluto, era monstruoso. Si tanto ocultaba y tanto sabía, sería preciso abrir el interior de Isabella con el instrumento que hubiese más a mano: la imaginación. Había que fijar la mente en ella en ese preciso instante. Había que retenerla allí. Había que negarse a ser intimidado de nuevo con dichos y hechos como los que producía el momento: con cenas y visitas y conversaciones de cortesía. Había que ponerse en el lugar de Isabella. Tomando la frase en su sentido literal resultaba fácil ver los zapatos que calzaba en ese momento, allí en la parte baja del jardín. Eran muy estrechos y alargados y elegantes: hechos del más suave y flexible cuero. Como todo lo que Isabella llevaba, eran exquisitos. Y ella permaneció en pie, junto al alto seto, en la parte baja del jardín, empuñando las tijeras que llevaba colgadas de la cintura para cortar alguna flor marchita, alguna rama que hubiese crecido en exceso. El sol le caía a plomo en la cara, en los ojos; pero no, en el momento crítico un velo de nubes ocultó el sol, dibujando en sus ojos una expresión dubitativa... ¿era burlona o tierna, alegre o triste? Sólo se veía el perfil impreciso de un hermoso rostro, más bien difuso, mirando al cielo. Tal vez pensaba que debía encargar una redecilla nueva para las fresas; que debía enviar flores a la viuda de Jonson; que ya era hora de visitar a los Hippesley en su nueva casa. Ésas eran sin duda las cosas de las que hablaba durante la cena. Lo que querías captar y verter en palabras era su ser más íntimo, ese estado que es a la mente lo que la respiración es al cuerpo, eso que llamamos felicidad o infelicidad. Al mencionar estas palabras resultaba evidente que ella tenía que ser feliz. Era rica; era distinguida; tenía muchas amistades; viajaba: compraba alfombras en Turquía y vasijas azules en Persia. Avenidas de placer partían en distintas direcciones del lugar donde se encontraba Isabella, con sus tijeras levantadas para cortar las ramas temblorosas mientras las finas nubes velaban su rostro.
Con un rápido movimiento de tijeras cortó el ramo de clemátides y éste cayó al suelo. Y mientras caía, seguro que también la luz se volvió más intensa y fue posible adentrarse un poco más en su ser. Luego la ternura y la pena inundaron su mente... Cortar una rama que había crecido en exceso la entristecía porque era un ser vivo y la vida era algo muy preciado para ella. Sí, y al mismo tiempo, la caída de la rama le recordaría que también ella habría de morir, y le haría pensar en la futilidad y evanescencia de las cosas. Y más tarde, interrumpiendo rápidamente este pensamiento, con un buen juicio, pensó que la vida la había tratado bien; aun cuando habría de caer, sería para yacer sobre la tierra y pudrirse dulcemente entre las raíces de las violetas. De modo que allí estaba, pensando. Y sin llegar a definir ningún pensamiento... —pues era una de esas personas reservadas cuyas mentes guardan sus reflexiones enredadas en nubes de silencio—, Isabella estaba llena de pensamientos. Su mente era como su sala de estar, donde las luces avanzaban y retrocedían, hacían piruetas y caminaban suavemente, desplegaban sus colas, picoteaban su camino; y entonces, todo su ser quedaba bañado, como la sala, por una nube de conocimiento profundo, una pena secreta, , y luego se llenaba de cajones cerrados, atestados de cartas, como sus escritorios. Hablar de "abrir el interior de Isabella" como si fuese una ostra, emplear para ella sólo las mejores herramientas, las más sutiles y más dúctiles, era irreverente y absurdo. Había que imaginar... ahora estaba en el espejo. Te hacía sobresaltarte.
Al principio estaba tan lejos que resultaba difícil verla con claridad. Se acercó sin prisa, con vacilación, colocando una rosa aquí, levantando un clavel allá para olerlo, pero sin detenerse en ningún momento; y fue creciendo más y más en el espejo, volviéndose más y más plenamente la persona en cuya mente intentabas penetrar. La ponías a prueba poco a poco... encajabas en aquel cuerpo visible las cualidades que habías descubierto. Allí estaba su vestido gris verdoso, y sus zapatos alargados, su cesta, y algo brillaba en su cuello. Llegó de un modo tan gradual que no parecía estropear la imagen del espejo sino introducir un elemento nuevo que se movía con suavidad y alteraba los demás objetos, como pidiéndoles, con cortesía, que hiciesen sitio para ella. Y las cartas y la mesa y el sendero y los girasoles que habían aguardado en el espejo, se separaron y abrieron para acogerla entre ellos. Finalmente estaba allí, en el vestíbulo. Se detuvo. Se quedó de pie junto a la mesa. Estaba absolutamente inmóvil. De inmediato, el espejo empezó a derramar sobre ella una luz que parecía dejarla allí clavada; que parecía corroer como el ácido lo accesorio y superficial, dejando sólo la verdad. Era un espectáculo delicioso. Todo se desprendía de ella —nubes, vestido, cesta, brillante— todo lo que habías llamado corregüela o clemátide. Allí estaba el sólido muro. Aquí la mujer. Permanecía de pie, desnuda, bajo esa luz despiadada. Y no había nada. Isabella estaba absolutamente vacía. No tenía pensamientos. No tenía amigos. No se preocupaba por nadie. En cuanto a su correspondencia, todo eran facturas. Mírala ahí de pie, vieja y angulosa, con sus venas y sus arrugas, con la nariz alta y el cuello lleno de pliegues, ni siquiera se toma la molestia de abrirlas.
La gente no debería dejar espejos colgados en las habitaciones.

FIN

9/28/2011

¿Quién alumbra? Alejandra Pizarnik


Cuando me miras

mis ojos son llaves,

el muro tiene secretos,

mi temor palabras, poemas.

Sólo tú haces de mi memoria

una viajera fascinada,

un fuego incesante.

"Mi horizonte"


Hay un punto en el horizonte,

donde el cielo y la tierra se unen.

Allí donde la magia de estar vivos

se hace evidente.

Allí donde habita la paz , 

y el tiempo no existe.

Allí en mi mundo imaginario,

allí te espero .....

9/18/2011

"Sensualidad en el arte"

"Todos los espacios íntimos son los que se relacionan con la sensualidad, con la vida, con un orden mucho más cósmico" Laura Ezquivel.



7/22/2011

Ne me quitte pas Mireille Mathieu (No me dejes)



MIREILLE MATHIEU


Cantante francesa,conocida en su propio país como La Dama de Avignon grabó en distintos idiomas. Descubierta en 1965 es el arquetipo de la cantante popular de los años 60 y 70, periodo en el que conoció sus mayores éxitos, es considerada un símbolo de la canción francesa, ha vendido 150 millones de discos por todo el mundo ha grabado en 11 idiomas (francés, alemán, inglés, español, italiano, ruso, finlandés, japonés, chino, catalán y provenzal), celebró en noviembre del 2005 sus cuarenta años de carrera.
Sitio oficial: http://www.mireillemathieu.com/

6/21/2011

"Tempestad"

Imagina una balsa navegando
sobre un mar profundo, sereno, intenso:
así es mi amor…

Imagina que una tempestad
azota contra la balsa y la destruye:

Vos sos la tempestad
y yo quien intenta salvarse
nadando hacia la orilla. 

6/07/2011

"El breve amor" Julio Cortázar

Con qué tersa dulzura
me levanta del lecho en que soñaba
profundas plantaciones perfumadas,

me pasea los dedos por la piel y me dibuja
en el espacio, en vilo, hasta que el beso
se posa curvo y recurrente,
para que a fuego lento empiece
la danza cadenciosa de la hoguera
tejiéndose en ráfagas, en hélices,
ir y venir de un huracán de humo...

¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre las cenizas
sin un adiós, sin nada más que el gesto
de liberar las manos?

"Lo que necesito de ti" Mario Benedetti

No sabes cómo necesito tu voz;

necesito tus miradas

aquellas palabras que siempre me llenaban,

necesito tu paz interior;

necesito la luz de tus labios

¡ Ya no puedo... seguir así !

Ya... No puedo ...

mi mente no quiere pensar

no puede pensar nada más que en ti.

Necesito la flor de tus manos

aquella paciencia de todos tus actos

con aquella justicia que me inspiras

para lo que siempre fue mi espina

mi fuente de vida se ha secado

con la fuerza del olvido...

me estoy quemando;

aquello que necesito ya lo he encontrado

pero aún !Te sigo extrañando!

"Salir a la luz"


Más allá del tiempo y el espacio
del bien y del mal
de la esencia de las cosas
está esa llama interior
el fuego sagrado
que se mantiene vivo dentro de mí.

Aunque la vida me apuñale por la espalda
y se cague en todo
y se ría a carcajadas
con esa risa sarcástica
que suena como ecos
en cada rincón de mi ser.

Y de esa tragicomedia
en la que se convierte mi vida
afloran los sentimientos
y las pasiones, los deseos, las tentaciones
y me asomo a la vida con una sonrisa
que es más bien una mueca de felicidad
y vuelvo a plasmar aquellos versos dormidos
que permanecían en las sombras
salgo a la luz, y me animo a traspasarla,
y encuentro esa fuente de inspiración
que está a la vuelta de esa esquina rota en primavera…
y ya no puedo parar de escribir,
para mí…. o para algún otro… quizás.

"Caminar sin ver"

_ Camino sin ver …
no hay señales …
no las veo …

_ Aquí estoy…
siempre aquí…
¿no me ves? …

_ No, todo es difuso …
no logro entender…
camino sin ver…

_ Abre tus ojos …
abre tu corazón …
camina hacia mí …

_ No puedo moverme …
no puedo verte …

_ Sólo me verás...
si me buscas con el corazón.

5/25/2011

"La musa" Delmira Agustini

Obra: Victoria Frances
Yo la quiero cambiante, misteriosa y compleja;

con dos ojos de abismo que se vuelvan fanales;

en su boca, una fruta perfumada y bermeja

que destile más miel que los rubios panales.

A veces nos asalte un aguijón de abeja:

úna raptos feroces a gestos imperiales

y sorprenda en tu risa el dolor de una queja;

¡En sus manos asombren caricias y puñales!

Y que vibre, y desmaye, y llore, y ruja, y cante,

y sea águila, tigre, paloma en un instante,

que el Universo quepa en sus ansias divinas.

Tenga una voz que hiele, que suspenda, que inflame,

y una frente que, erguida, su corona reclame

¡de rosas, de diamantes, de estrellas o de espinas!

Abrázame

Pintura: Sonia Verdu.
Abrázame,
desde la oscuridad del silencio,
sin tiempo, ni espacios,
con la fuerza de tus brazos
y la profundidad de tu mirada.
Abraza mis miedos y tristezas,
mis horas vacías.
Háblale a tu ausencia
dile que no me deje…
quédate conmigo abrazando este momento.
Dame un beso en la frente
y abrázame fuerte esta noche...
soledad ...

5/22/2011

"El mito de Lamia"

Pintura: Herbert James Draper
Lamia (en griego, Λάμια) que significa gran tiburón, Aristófanes aseguraba que Lamia provenía de laimós una palabra griega que designaba el “esófago” o “glotón” y con el cual hacía referencia a la costumbre de estos seres en devorar niños.
Según el historiador griego Duris de Samos, Lamia era una reina de Libia a la que Zeus amó, hija de Poseidón o Belo y Libia . Hera, celosa, la transformó en un monstruo y mató a sus hijos (o, en otras versiones, mató a sus hijos y fue la pena lo que la transformó en monstruo). Lamia fue condenada a no poder cerrar sus ojos, de modo que estuviera siempre obsesionada con la imagen de sus hijos muertos. Zeus le otorgó el don de poder extraerse los ojos para así descansar, y volver a ponérselos luego. Lamia sentía envidia de las otras madres y devoraba a sus hijos. Tenía el cuerpo de una serpiente y los pechos y la cabeza de una mujer que silbaba  para seducir a los viajeros y después devorarlos. Asimismo, se comenzó a identificar a las Lamias con mujeres vampiros, brujas, súcubos, incluso con la mítica Lilith o cualquier otro monstruo maligno.
El poeta romántico inglés John Keats dedicó a este personaje un poema narrativo largo, que da nombre al libro Lamia y otros poemas. Se inspiró en La novia de Corinto, una historia que aparece en la Anatomía de la melancolía de Robert Burton, quien a su vez la tomó de la Vida de Apolonio de Tiana de Filóstrato (4. 25). Según cuenta Filóstrato, Menipo, un joven aprendiz de filósofo, se dejó seducir por una misteriosa mujer extranjera que lo abordó cuando caminaba por las afueras de Corinto. La mujer insistió en que se casaran, y a la boda acudió el sabio Apolonio, quien tras observar detenidamente a Menipo declaró "tú, al que las mujeres persiguen, abrazas a una serpiente, y ella a ti". La novia, en efecto, era una lamia o Empusa, y aunque al principio negaba su condición, acabó confesando que había seducido a Menipo para devorarlo y beber su sangre, pues la de los jóvenes como él es pura y rebosa vigor.

"Pensamiento" Silvina Ocampo.

Durante muchos días me seguiste.

En el canto del pájaro, en las sombras,

en las modulaciones del espacio:

aprendí a conocerte.

Yo sentía tu luz atravesarme

como una flecha de oro envenenada.

Te desobedecía arrepentida.

Me hablabas en secreto.

En los espejos rotos, en la tinta

azul de los cuadernos que dejabas

sobre la mesa de mi dormitorio.

Yo temblaba al mirarte, yo temblaba

como tiemblan las ramas reflejadas

en el agua movida por el viento.

Ahora que conozco tus señales,

tu piel y tus orejas, tu semblante,

no trataré de desobedecerte,

y me arrodillaré frente a tu imagen,

implacable sibila que me sigues.

5/20/2011

"Sexismo en el arte" Susana y los viejos. El libro de Daniel.

CAPÍTULO 13

"Historia de Susana"
"13:1 Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín.
13:2 Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que era muy bella y temerosa de Dios; 
13:3 sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. 
13:4 Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, y los judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos. 
13:5 Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor: "La iniquidad salió en Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo."
13:6 Venían éstos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio se dirigían a ellos. 
13:7 Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana entraba a pasear por el jardín de su marido. 
13:8 Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días, empezaron a desearla. 
13:9 Perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus justos juicios. 
13:10 Estaban, pues, los dos apasionados por ella, pero no se descubrían mutuamente su tormento,
13:11 por vergüenza de confesarse el deseo que tenían de unirse a ella, 
13:12 y trataban afanosamente de verla todos los días. 
13:13 Un día, después de decirse el uno al otro: "Vamos a casa, que es hora de comer", salieron y se fueron cada uno por su lado. 
13:14 Pero ambos volvieron sobre sus pasos y se encontraron de nuevo en el mismo sitio. Preguntándose entonces mutuamente el motivo, se confesaron su pasión y acordaron buscar el momento en que pudieran sorprender a Susana a solas.
13:15 Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró Susana en el jardín como los días precedentes, acompañada solamente de dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse en el jardín. 
13:16 No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos, estaban al acecho. 
13:17 Dijo ella a las doncellas: "Traedme aceite y perfume, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme." 
13:18 Ellas obedecieron, cerraron las puertas del jardín y salieron por la puerta lateral para traer lo que Susana había pedido; no sabían que los ancianos estaban escondidos.
13:19 En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron, fueron corriendo donde ella, 
13:20 y le dijeron: "Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros. 
13:21 Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un joven y que por eso habías despachado a tus doncellas." 
13:22 Susana gimió: "¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros.
13:23 Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar delante del Señor." 
13:24 Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos gritaron también contra ella, 
13:25 y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín. 
13:26 Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por la puerta lateral para ver qué ocurría, 
13:27 y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de Susana.
13:28 A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos inicuos contra Susana para hacerla morir. 
13:29 Y dijeron en presencia del pueblo: "Mandad a buscar a Susana, hija de Jilquías, la mujer de Joaquín." Mandaron a buscarla, 
13:30 y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos sus parientes. 
13:31 Susana era muy delicada y de hermoso aspecto. 
13:32 Tenía puesto el velo, pero aquellos miserables ordenaron que se le quitase el velo para saciarse de su belleza.
13:33 Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían. 
13:34 Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus manos sobre su cabeza. 
13:35 Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios. 
13:36 Los ancianos dijeron: "Mientras nosotros nos paseábamos solos por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y luego despachó a las doncellas. 
13:37 Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella.
13:38 Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta iniquidad, fuimos corriendo donde ellos. 
13:39 Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó. 
13:40 Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven. 
13:41 No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos." La asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la condenaron a muerte. 
13:42 Entonces Susana gritó fuertemente: "Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda,
13:43 tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí." 
13:44 El Señor escuchó su voz 
13:45 y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, 
13:46 que se puso a gritar: "¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!" 
13:47 Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: "¿Qué significa eso que has dicho?" 
13:48 El, de pie en medio de ellos, respondió: "¿Tan necios sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel?
13:49 ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han levantado contra ella!" 
13:50 Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel: "Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad." 
13:51 Daniel les dijo entonces: "Separadlos lejos el uno del otro, y yo les interrogaré." 
13:52 Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: "Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida pasada,
13:53 dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, siendo así que el Señor dice: "No matarás al inocente y al justo." 
13:54 Conque, si la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos." Respondió él: "Bajo una acacia." 
13:55 "En verdad —dijo Daniel— contra tu propia cabeza has mentido, pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por el medio." 
13:56 Retirado éste, mandó traer al otro y le dijo: "¡Raza de Canaán, que no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido tu corazón!
13:57 Así tratabais a las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a vosotros. Pero una hija de Judá no ha podido soportar vuestra iniquidad. 
13:58 Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?" El respondió: "Bajo una encina." 
13:59 En verdad, dijo Daniel, tú también has mentido contra tu propia cabeza: ya está el ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte por el medio, a fin de acabar con vosotros." 
13:60 Entonces la asamblea entera clamó a grandes voces, bendiciendo a Dios que salva a los que esperan en él.
13:61 Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio 
13:62 y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se salvó una sangre inocente. 
13:63 Jilquías y su mujer dieron gracias a Dios por su hija Susana, así como Joaquín su marido y todos sus parientes, por el hecho de que nada indigno se había encontrado en ella.
13:64 Y desde aquel día en adelante Daniel fue grande a los ojos del pueblo."

Basándose en esta historia apócrifa de la Biblia, el pintor manierista italiano Tintoretto, realiza en 1557 la obra "Susana en el baño", el artista representa a Susana, en ese momento íntimo del baño, secándose el pié con una toalla, de manera sensual, mientras los dos mirones, se deleitan espiando la desnudez de la joven.


La misma historia es pintada luego por Artemisa Gentileschi, hija del pintor Orazio Gentileschi (pintor barroco seguidor de Caravaggio) y llegó a ser una de las escasas pintoras reconocidas en el barroco. Se destacaba por pintar temas bíblicos y mitológicos, protagonizado por mujeres fuertes como Susana.
Artemisa toma este tema desde una perspectiva muy distinta a la de Tintoretto, acá no tenemos a los dos viejos  jueces escondidos, ni a la doncella secándose después del baño, sino que se centra en el sufrimiento de Susana quien se esconde asustada del acoso de los hombres. Ya no es una mujer disponible y ajena sino que se aterroriza sabiendo que se ve obligada a elegir entre la violación o el escarnio público.
Para reflejar el temor de Susana, Artemisa se vale de su condición de mujer y de su experiencia personal, ya que fue violada, hecho que la marcó tanto en su vida como en sus obras.
 

"Condenado a muerte"


-         ¿Cómo está mi hijo doctor?
-         Señor, su hijo está grave, necesita un remedio que en este momento no tenemos en el hospital, debe conseguirlo urgente, no podemos perder tiempo, cada minuto que pasa sin que su hijo reciba ese remedio le significa un retroceso en su recuperación.
-         ¡Doctor, yo soy desocupado, no tengo dinero para comprarlo, y por lo que dice, me imagino que ese remedio debe ser carísimo! ¿Cómo hago para conseguirlo?
-         No lo sé señor, pida prestado, consiga el dinero como sea, de eso depende la vida de su hijo, nosotros ya nada podemos hacer, ahora todo está en sus manos.

Salí del hospital, casi no reparé por dónde caminaba, fui a la casa de mi amigo, tenía la esperanza de que hubiese cobrado algún trabajo.
-          Beto, ¿Qué hacés?
-          Hola, vengo a pedirte plata prestada, mi hijo está internado, el doctor me dijo que si no le compro el remedio se muere.
-          No tengo, te juro que si tuviese te la daría sin dudarlo, pero sabés que estoy en la misma que vos, me quedé sin trabajo, pero …  mirá, si te sirve, yo la tengo guardada para casos como estos, casi nunca la uso, a vos te puede servir.
-          Pará, ¿qué hacés? ¡Yo no sé usarla!
-          No hace falta saber nada, sólo apuntá al tipo y listo, siempre funciona, ellos se asustan y te dan la guita sin problemas.

Me fui confundido, no sabía qué hacer con eso que llevaba en la cintura. Yo no quiero plata, yo sólo necesito el remedio. Entrar así a una farmacia a pleno día, es muy arriesgado, pero ya no puedo esperar más.
Encontré una alejada del centro, y entré.
-          ¿Tenés este remedio? ¿decime lo tenés?
-          ¡Esperá! ¿Qué hacés? Dame la receta.
-          ¡Tomá! ¡Buscá rápido, mi hijo se muere!
-          ¡Sí, sí, lo tengo, esperá que lo busco!
El empleado bajó la mano, creí que buscaba el arma, me puse nervioso, no pensé, sólo disparé, le dí en el corazón.
Cayó al piso con los anteojos en la mano, eso buscaba no su arma.
No me dí cuenta en qué momento la farmacia se llenó de gente, todos gritaban, yo seguía con el arma en la mano, oí el ruído de las sirenas, me acordé del hospital, de mi hijo, mientras me esposaban, miraba al tipo tirado en el  piso. Me dije: ya no soy el que antes era, he matado a un hombre.


"Al rencor" Silvina Ocampo


No vengas, te conjuro, con tus piedras;
con tu vetusto horror con tu consejo;
con tu escudo brillante con tu espejo;
con tu verdor insólito de hiedras.
En aquel árbol la torcaza es mía;
no cubras con tus gritos su canción;
me conmueve, me llega al corazón;
repudia el mármol de tu mano fría.
Te reconozco siempre. No, no vengas.
Prometí no mirar tu aviesa cara
cada vez que lloré sola, en tu avara
desolación. Y si de mí te vengas,
que épica sea al menos tu venganza
y no cobarde, oscura, impenitente,
agazapada en cada sombra ausente,
fingiendo que jamás hiere tu lanza.
Entre rosas, jazmines que envenenas,
¿por qué no te ultimé yo en mi otra vida?
Haz brotar sangre al menos de mi herida,
que estoy cansada de morir apenas.

5/19/2011

"Castigo" Silvina Ocampo


Transformará Minerva tus cabellos 
en serpientes y un día al contemplarte
como en un templo oscuro, con destellos,
seré de piedra, para amarte.

5/10/2011

Amándote


El morbo de sentirte cerca mío,
la pasión desatada,
el placer de tocarte,
la locura de tenerte,
el éxtasis de amarte,
las caricias más intimas,
el deseo intenso,
las ganas infinitas,
el fundirse en un momento
nuestros cuerpos,
la más absoluta complicidad
de estar aquí…
desnuda frente a ti.
Amándote.

Texto: María Inés López
Pintura: Franklin Ramos, "Amantes de media noche"

5/09/2011

¡Vencida estoy!


Si mis palabras no helaron tu sangre
entonces no fueron dichas...

Si mi mirada no perforó tu retina
entonces jamás te miré...

Si mis besos no te elevaron del suelo
entonces mis labios no tocaron los tuyos...

Si no pudo mi amor derretir tu ser
entonces… ¡vencida estoy !

Texto: María Inés López
Cuadro: Delphin Enjolras. 

5/07/2011

"Infinito"



Hay un tiempo para nacer
crecer
vivir infinidad de experiencias

hay tiempos buenos,
tiempos malos…

hay momentos en que caminamos en una
espesa nebulosa que nos oculta
el camino a seguir…

no saber hacia dónde ir es un problema diario,
quedarse estancado es un atentado contra el destino,
no enfrentar los problemas es un acto de cobardía,
caminar sin mirar a los lados es padecer
una terrible enfermedad llamada ceguera voluntaria.

seguir adelante sin tenderle una mano a mi hermano caído
es un asesinato a la ética

no denunciar actos de injusticias es
enmudecer tu conciencia

padecer sordera social es
corromper a la humanidad…

hay un principio y
un fin

pero en el medio hay un infinito
de situaciones que nos pondrán a prueba
cada día, para demostrar que estamos sanos
y luchando con el puño en alto
por que esa es la única forma de saber
que aún estamos vivos!!!
Texto: María Inés López
Foto: Internet